PSCICOLOGÍA CANINA
SIMULACIÓN - RENCOR - ODIO - CELOS

Muchas veces nos hemos preguntado si el perro es capaz de simular un sentimiento o una actitud. La experiencia en psicología canina no tiene datos suficientes para poder afirmarlo o negarlo, pero si se conoce que es capaz de diferenciar un simulacro de un hecho real.
La circunstancia de que un perro se coloque extendido en el suelo, en una apariencia de estar muerto y luego reaviva a una orden dada por su amo o guía, no significa que pueda simular ni que esté simulando en ese momento. Estas actitudes o posiciones, muy comunes en las prácticas de adiestramiento, que adopta el animal a través de su educación, no son otra cosa que reflejos que le fueron condicionados antes, pero no es un hecho simulativo porque nuestro amigo no tiene la menor idea del significado gramatical de las acepciones "muerto" o "vivo".
En cuanto al acto de simular, se ha sabido de un perro, bastante viejo, por lo cual su visión no era muy buena, que acostumbraba esperar a su amo en la puerta de su casa cada vez que volvía del trabajo, cuya propiedad estaba situada en un barrio no muy poblado. Cuando el perro identificaba la silueta de su amo, corría hacia él con alegría. En una oportunidad, el perro lo desconoció, tal vez debido a su vista ya gastada o
quizás porque ese día el dueño portaba un enorme bolsón. El caso es que cuando se hallaba a unos 40 ó 50 metros de la casa, el perro comenzó a ladrarlo mientras se acercaba a él. Cuando ya estaban juntos, el perro recién lo reconoció, y al darse cuenta del grave error que cometía, se paró desconcertado, pero casi inmediatamente reaccionó y como queriendo despistar, dirigió la vista hacia un costado y siguió ladrando como queriendo demostrarle a su amo que no era a él a quien ladraba, pero su dueño observó que en ese momento no había nadie a quien ladrar.
También puede interpretarse como un hecho de simulación en el perro, la actitud que adopta a veces de querer atacar sorpresivamente a una persona sin haberle demostrado antes animosidad ni desconfianza alguna.
En cuanto a los gigantes del alma de que habla Mira y López, miedo, ira y amor, no cabe la simulación en el perro. El cariño o amor por su amo, el odio a sus enemigos y el miedo que suele invadirlo muchas veces, no tiene manera de simularlo, disimularlo u ocultarlo.
Referente al rencor, no cabe duda que nuestro amigo es rencoroso. Rara vez perdona u olvida el daño o las amenazas de que ha sido objeto, él o su amo.
Al parecer, esa ira acumulada durante mucho tiempo, alimentada tal vez por la imposibilidad material de alcanzar al sujeto a quien se odia, se desvanece después del ataque, como que si reconociera que no valía la pena o no había razón alguna para haber odiado. Pero esa tranquilidad, ese cambio de conducta, que demuestra que el animal ha quedado satisfecho, ya sea porque se desquitó, porque perdonó o porque como dijimos, entendió que no existía razón para odiar, no significa un pacto de amistad.
El recelo hacia esa persona se mantendrá por mucho tiempo y a veces para siempre.
El origen del odio en el perro, si bien puede manifestarse y desencadenarse de la misma manera que en el hombre, que solo queda satisfecho cuando la ira ha sido descargada, las razones o motivos que la engendran son de naturaleza distinta.
El perro puede odiar a un ser humano o a un semejante suyo. El hombre en cambio, solo odia a su semejante, y por lo general, porque se asemeja demasiado, precisamente.
La rivalidad en el perro para que pueda odiar a otro semejante, sólo puede admitirse cuando se trata de alguien que quiere disputarle el amor de una perra o el cariño de su amo. Esto es algo que no quiere compartir con ningún otro animal, porque es sumamente celoso. En cuanto al hombre, no puede odiarlo por las mismas causas, por razones obvias. Tampoco podría encontrar en él punto de comparación para una rivalidad, siendo además, que el perro reconoce perfectamente la superioridad del ser humano.
El perro siente celos por todos los que ama y ama a todos aquellos que puede proteger, en especial al hombre. Cuando toma a su cuidado o custodia cualquier cosa, lo hace con esa vehemencia del que tiene sentido de la responsabilidad y siente celos y desconfianza por todo lo que se le acerque.
Pero los celos no nacen ni se desarrollan en el perro de la misma manera que en el hombre, aunque el efecto en ambos sea psicológico. Al ser humano le basta con el despertar de una duda, una sospecha cualquiera, fundada o no, para que nazcan los celos. Cualquier duda provocada por un ademán, un gesto, una sonrisa o una palabra que ponga en duda la lealtad del ser amado o la intención de un engaño, aunque sólo sea imaginario, son más que suficientes para que el fantasma de los celos comience a roer el espíritu del hombre hasta atormentarlo.
Los celos en el perro provienen siempre de una fuente objetiva y directa, motivada por la presencia de un sujeto, ya sea humano o animal. Desaparecida la presencia del sujeto desaparecen los celos. La reacción del perro es siempre la misma: el ataque, porque no tiene como el hombre, las múltiples armas, a veces deshonestas, que utiliza al librar esta clase de batallas.
El perro no odia a un enemigo demasiado pequeño ni exageradamente grande o superior. Al primero, porque le inspira indiferencia, y al segundo porque le inspira miedo y el miedo anula o desintegra el odio. Pero a diferencia del hombre, su odio es siempre pasional o sentimental. Es más noble y muchas veces justificado en relación con su desarrollo psíquico.
El odio, el rencor y la ira en el perro, son motivadas por causas simples y reales. En la mayoría de los casos es un exceso de amor que le produce celos y desconfianza. No concurren el él, las múltiples y polifacéticas intenciones que obligan los odios del ser humano, como ser el odio religioso, político, sindical, deportivo, económico, familiar, comercial, social, racial, profesional y cientos de nombres más que llevan implícito el egoísmo, la envidia, avaricia y ambición, demostrando así que el hombre es el odiador más grande que existe sobre la tierra. El perro jamás odia o ataca por ambición.

Dr. Christian Leonel Sapia

 

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